sábado, 20 de diciembre de 2014

Lo prohibido es tentador

Llegó la noche, y la habitual salida a comer al mejor restaurant de la zona. Al entrar a estos lugares, era típico que todos los ojos se iban hacia nosotros. Él, un encantador cuarentón, alto, con algunas canas, la palabra precisa y la sonrisa perfecta, hacía que las meseras botaran accidentalmente bebidas o café en su pantalón. Yo me limitaba a sonreír y fingir que no era la envidia de todas en el lugar.

La primera vez me tomó por las caderas hacia él, en el ascensor. Me dio un beso un tanto agresivo para ser un primer beso, apasionado, tanto que hizo temblar mis rodillas. Estaba asustada, pero quería más. La decisión en ese momento era mía, y de nadie más. Pero hice lo que una señorita tenía que hacer, y me resistí. Ambos sabíamos que era inútil, pero fingimos estar de acuerdo con esta decisión.

Ahí estábamos, cuatro meses después, sentados en un restaurant, con la típica charla, típicas miradas, típica conversación, cuando sentí su  mano tocar mi rodilla. Tenía ese poder sobre mí en que un roce de su brazo me ponía los pelos de punta... así que cuando sentí su mano subir por mi pierna, tuve que aguantar la respiración para no soltar un gemido. Sentía mis mejillas sonrojadas, me sentía agitada. Y supe en ese momento que quería que me tomara ahí, en ese momento, en ese lugar. 

El resto de la cena continuó entre botellas de espumante y cerveza. Una disputa entre mi yo y mi superyo, mi ángel bueno y mi ángel malo, mi moral y mis hormonas. Cuando llegó la cuenta, no sabía si salir corriendo o tirarme a sus brazos. 

Dentro de mi cabeza sabía lo malo de lo que estaba a punto de hacer. Sabía que tenía más opciones de perder que de ganar, sabía que nada bueno podría resultar de ésto. Pero también sabía que lo iba a hacer, no importa cuánto me gritara mi angelito bueno. 

Esa tarde fui a comprar ropa interior nueva. Me depilé y me hice un masaje capilar. La decisión estaba tomada mucho antes de ese primer contacto en mi rodilla.

Al cruzar la puerta, me tomó por la cintura hacia Él. Besó suavemente mis mejillas, mi cuello, mis hombros... hasta detenerse en mi boca. Me invadía el miedo y la curiosidad. Pero honestamente no quería parar.

Me dejé llevar esa noche. Me dejé llevar por la pasión. Lo dejé explorar cada centímetro de mi cuerpo, estuve dispuesta y receptiva a todo lo que quiso hacer. Esa noche fui una geisha, una confort woman. Se sintió bien el olor de su piel, el sabor de sus besos. Creo que nunca había vivido algo así de intenso. Y tal como se prueba una droga dura, tienes que dejarlo antes de que te atrape.

domingo, 14 de diciembre de 2014

A veces tienes que perderte....

Hay gente que no entiende por qué me gusta este rinconcito del mundo. Hace una semana vino mi madre a visitarme, y no sé si me expliqué bien, pero me gusta creer que me entendió.
Hoy fui a un asado a la orilla de la playa, literalmente. Una playa virgen, en medio del desierto, donde si quedaba en panne, nadie se iba a dar cuenta, porque nadie transita por ese camino.

Me gusta mucho mi rinconcito copiapino. Me gusta que no estoy sumida en una rutina, como lo estaba en Santiago. Me gusta vivir en una región donde la comunicación entre personas no se ha perdido. me gusta pasar días sin ver facebook, y no extrañarlo. Me gusta que la gente aún se llame, se invite a tomar once o pase a saludar. Cada vez extraño menos Santiago y su gente. Extraño menos el cinismo que ahí habitaba, los intereses creados. Me gusta manejar relajada, sin bocinas, sin tacos. Me gusta perderme entre los cerros del desierto, sin señal en el celular, sin hora de regreso. Me gusta despertar descansada, me gusta haber sacado la tele de mi pieza. Me encanta el agro, me encanta visitar productores, escucharlos, y compartir en un mundo paralelo sin maldad y sin envidias. Me gusta que si llamo a alguien es porque de verdad lo extraño, no para ver "que se hace el fin de semana". Sí, estuve perdida. Sí, no sabía ni donde estaba parada. Pero ahora entiendo que es la mejor forma de encontrarte.