jueves, 13 de febrero de 2014

El espiral y otros demonios que me atormentan

Heme aquí, como la famosa teleserie cuyo final no pude ver... Soltera otra vez. Después de 4 años, 5 meses y 7 días, aquí estoy. Y por suerte no encontré a mi monito (chanchito para mi caso) en la cama con otra... pero encontré algo quizás mucho peor: un golpe en la cara con la realidad. Mi castillo de hadas se derrumbó. Mis fantasías se trizaron y mi burbuja se rompió. Era demasiado bueno para ser perfecto. Y aquí me encuentro, a un día de San Valentín, guardando y devolviendo la oferta de amor que estaba haciendo. Las 58 fotos (una por cada mes que estuvimos juntos) y los 86 mensajes de amor (uno por cada dia separados desde que salí de santiago) en una bolsita, esperando que el tractor que se lleva la basura de mi casa se los lleve de una vez. Y es que hubieron señales que no quisimos ver, hubieron gestos que ignoramos, hubieron palabras que no quisimos escuchar. Si este mismo blog es un grito de ayuda desesperado por sentir una completa falta de atención. Él, el hombre de mi vida, el futuro padre de mis hijos (si, en algún momento quise hijos), con quien quería envejecer y formar una familia, comprar una casa y tener un perro peludo y blanco tiró la toalla con nuestra relación. Plop! ¿Hora del balance? No lo creo. Solo duelen los años, los sueños rotos, la lista de invitados al matrimonio que nunca estuvo en sus planes, y deshacer por partes el futuro que quería. Siento que ya no vale la pena nada de lo que haga, pues todo era para el bienestar de los dos. Ignoré su depresión, ignoré su desmotivación siempre creyendo que si me lo traía conmigo solucionaría todo. Me hice la dura para no mostrar un corazón que no hacía más que llorar en las noches por no tenerlo cerca. He extrañado cada uno de los días que he estado en este rincón del planeta acostarme en su pecho, pero nunca se lo dije, no se lo hice sentir. Y es que hay cosas que callamos por la incomodidad que producen al nombrarse. Como esa rutina que lentamente nos hundió. La callamos por miedo o por no hacer daño, pero esa rutina inercial terminó por sepultarnos. Y eso duele. Puedes ignorar algo hasta el punto de hacerlo sentir cómodo, como una herida en el pie que molesta al caminar, pero en algún momento, mas temprano que tarde muchas veces terminará rompiendo tu pie, haciéndote parar y manchando de sangre el par de zapatos que tanto te gustaba.
Aún creo en el amor. Aún creo en el matrimonio. Aún creo en felices por siempre. Y aún quiero mi felices por siempre. Llevo tres días cuestionándome cada una de mis acciones en el último año. Cometí errores. Cometí muchos errores. Él también. Y los dos lo sabíamos, pero en algún momento fue mas fácil ignorarlo que enfrentarlo. Hasta que no pudimos más. Muchas veces pensé en terminar, sobre todo cuando me vine a este rincón. Pero no lo hice. No lo hice porque tenía la estúpida ilusión de que las cosas cambiarían. De que él cambiaría. Siempre esperé el mensaje que decía "estoy en el terminal de Copiapó, ven a buscarme". Mensaje que nunca llegó, que nunca estuvo siquiera en sus planes. Incluso ahora, después de haber oficializado el quiebre espero el llamado el sábado que diga "estoy en coquimbo. Juntémonos a conversar". Pero ese mensaje nunca llegará. Lo sé. Pero aún así lo espero. Muchas veces cuando amas a una persona idealizas situaciones y lugares que nunca llegarán. Y cuando no llegan, te enojas con esa persona. Sientes que esa persona no da el ancho para lo que estás buscando. Y te olvidas que a las personas hay que aceptarlas y quererlas, sobre todo cuando te están entregando todo lo que tienen. Una frase que me hace llorar: " tu siempre quieres cambiarme y yo no cambiaría nada de tí, ni lo más mínimo". Entonces, ¿por qué seguir insistiendo en adaptarlo a tus expectativas? ¿Por qué no aceptarlo, y aceptar que si hay amor del puro no hay que exigir nada más? Cuestionamientos ahora innecesarios. Aun te amo! y espero que alcances esa felicidad